sábado, 30 de noviembre de 2013

"Escritores frente a la tortura"

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Aprender a convivir con ciertas dosis de dolor, si bien se nos presenta cotidianamente como algo irremediable, no supone un camino deseable. Si además el Estado nos muestra el rostro más brutal de su poder, mediante el desprecio por una dignidad humana, contemplada en nuestro texto constitucional, parece improbable que una sociedad definida como democrática pueda callar ante actos que plasman la sinrazón de la tortura.
Este conjunto de relatos, nos presenta el rechazo, considerado como deber social, de diversos autores entre los que se encuentran Marta Sanz, Alfonso Sastre o Manuel Vázquez Montalván, ante el monopolio de la violencia, que en ocasiones ha sobrepasado ciertos límites de modo injusto.
En el texto, la indiferencia, el silencio o la resignación, no son contempladas como respuestas válidas frente a los verdugos, ya que el miedo es una desagradable sensación ante un riesgo determinado o indeterminado. Si la amenaza viene desde el propio sistema, aceptado porque creemos que nos aportará seguridad y ante el que cedemos ciertas dosis de libertad, nos deberíamos plantear hasta qué punto nos compensa vivir en él.
El sufrimiento de seres humanos no puede quedar oculto entre las paredes de algunas dependencias oficiales, donde tienen lugar crueles acciones de abuso de fuerza. El policía que tortura, en principio, no lo hace porque le guste (lo cual no impide que le guste), sino que pretende obtener información, es decir, que se busca cumplir una función instrumental a través de un método eficaz para conseguir ese fin.
Javier Ortiz, como autor del prólogo, relata que a su juicio, lo más perverso de los actos de tortura es la degradación que implica para el Estado, que asume su uso como una necesidad. Por lo tanto pone en cuestión la ideología dominante y la hipocresía de los buenos sentimientos que la mayoría cree tener, cuando miran hacia otro lugar al ser preguntados al respecto.
¿Se trata de buscar culpables o enemigos? Al menos, se debería buscar la luz en casos concretos. Generalizar es peligroso. Nos puede conducir a errores. Lanzar mensajes en contra de las fuerzas de seguridad del Estado, además de estar penado legalmente, nos hace obviar situaciones en las que se hacen necesarios sus servicios.
Los atropellos cometidos por Rafael Leónidas Trujillo como caudillo de la República Dominicana, el famoso caso de Santiago Corella (“el nani”), o algunos sucesos ocurridos en Euskadi, son distintos ejemplos presentados en el libro, en los que se comprueba la extralimitación de aquellos que se creen con capacidad de maltratar y someter a otras personas.
Como conclusión, me gustaría señalar mi repudia ante cualquier manifestación de tortura física o psicológica, independientemente de su procedencia y sus víctimas. Como alternativa viable, me uno a los escritores antes mencionados en la necesidad de denuncia de actos violentos y el establecimiento de instituciones y procedimientos adecuados, para mantener un deseable y consensuado equilibrio social.

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