sábado, 30 de noviembre de 2013

Responsabilidad y capacidad predictiva en ciencias sociales

Responsabilidad y capacidad predictiva en ciencias sociales

El pasado lunes 26 de noviembre, tuvo lugar la celebración de un seminario del Departamento de Economía Aplicada en la sala de juntas de la Facultad, presentado por el profesor titular Federico Soto Díaz-Casariego. El tema a tratar era la relación entre la economía y las ciencias sociales en el actual contexto de crisis económica.

Tras trazar de forma certera al tiempo que sintética un relato de la crisis económica, desde sus orígenes a la actualidad, aderezado con pensamientos personales y citas literarias (donde destaca la de Aldous Huxley y su "Mundo Feliz"); el ponente quiso invitar a la reflexión en torno al papel de la universidad, de la disciplina académica en este contexto. 
A su juicio, la globalización había tenido tres consecuencias clave: 
  • La agresión a la biodiversidad, agotamiento de los recursos y proliferación de catástrofes.
  • Impotencia de las políticas nacionales y supranacionales en contraposición a las compañías privadas internacionales que si mantienen y acrecientan su influencia y actividad.
  • Crisis del sistema económico mundial.
Dicho esto, ¿cual es el papel que deben jugar la economía y las ciencias sociales?, entendiendo que este no ha sido puesto en práctica adecuadamente, al no predecir o analizar el proceso previo a la crisis económica.

A continuación, en el breve coloquio posterior, diversas intervenciones resaltaron una vez más la misma idea; dejando entrever una cierta desidia por parte de la disciplina en su labor crítica durante todo el período de crecimiento económico previo.

Sin embargo, y aunque estas conclusiones pueden resultar acertadas, existen una serie consideraciones a nivel epistemológico y metodológico que, a nivel personal, sostengo que han de ser tenidas en cuenta en todo este debate:

En primer lugar, un problema fundamental de las ciencias sociales en general, es que carecemos de "laboratorios" donde poder poner a prueba nuestras hipótesis y refutarlas si se diese el caso; con el fin posterior de, si se confirman provisonalmente (empleando los términos de Popper) nuestras teorías, extrapolarlas al ámbito macro del "mundo real". Nuestros laboratorios son el mundo tal y como lo conocemos, carecemos por tanto de la capacidad de experimentar sin alterar sustancialmente los elementos de la convivencia interpersonal humana; y por consiguiente, tenemos una enorme responsabilidad ética en nuestra actividad científica.

En segundo lugar, y derivado en parte de la circunstancia anterior, la economía adolece un problema particular que inhibe o cuestiona su capacidad predictiva: las expectativas de los sujetos. Como explica muy acertadamente el profesor de la Universidad Carlos IIIJosé Luis Ferreira en su reciente libro "Economía y pseudociencia":

"Si se pudiera decir que dentro de dos años habrá una crisis y el pronóstico fuera perfectamente certero tendríamos que la crisis empezaría en el mismo momento de tal revelación por la caída de expectativas que, a su vez, llevaría inevitablemente a la crisis. Tal vez sería mejor, porque podrían tomarse medidas con anticipación y paliar sus efectos, pero la parte de que, efectivamente, se había previsto la crisis para un momento determinado quedaría en entredicho".

Lo que viene a explicar de forma sucinta el profesor Ferreira, es que la propia certidumbre en torno a una supuesta predicción de la crisis, ya desencadenaría la susodicha a partir de las pésimas expectativas que generarían en todo tipo de sujetos (inversores, consumidores en general, etc.), dando lugar a la propia debacle.

A pesar de todo, y reconociendo estas importantísimas limitaciones, nuestra tarea como científicos sociales es emplear nuestra poderosa capacidad crítica para analizar los procesos en curso; con un gran sentido de la responsabilidad, por supuesto, pero la responsabilidad ética funciona en dos direcciones o sentidos: evitar el catastrofismo de un lado (después de todo SIEMPRE podemos y debemos cambiar el curso de los acontecimientos a mejor), pero también no caer en la desidia enmascarada de lealtad: se sirve mejor a una comunidad siendo críticos y despiertos que complacientes e inactivos.

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