sábado, 18 de enero de 2014

El Rey en el Monte

¡Muy buenas tardes a todos!

Sí, no me he tomado ningún antiestamínico en mal estado; he dicho ''buenas tardes''. Y es que a pesar de la hora a la que vosotros veréis publicado esto, técnicamente para mi son buenas tardes.

Dejándome ya de hacer el interesante os explico lo que sucede. Tal y como os comenté en anteriores entradas he estado en Madrid disfrutando de una beca de movilidad SICUE. Pues bien, ahora mismo me encuentro en otra estancia, también de movilidad, ahora llamada MEXICALIA. Como su propio nombre indica no es muy difícil advertir dónde me encuentro por lo que dejemos de juegos y asumamos que sí, estoy en China.

Perdonad tanta tontería pero hoy estoy realmente contento; quizás es esta maravillosa ciudad llamada Monterrey, quizás es el propio sol y la agradable temperatura primaveral que aquí hace, o simplemente puede ser algo que me acaban de meter en la bebida que estoy tomando al pie del Monte de la Silla. No obstante, sea como fuere quiero detallaros un poco lo que he vivido en estas casi dos semanas que llevo en esta parte del mundo:

Tras un vuelo infernalmente largo y tedioso (en serio, los niños pequeños deberían tener prohibido viajar), llegué a Monterrey, en el Estado de Ciudad León (a una hora y medio de la frontera estadounidense con Texas), hace aproximadamente una docena de días. Tras las primeras impresiones, algunas de ellas confirmaban algunos prejuicios previamente adquiridos, tengo la oportunidad de dar un veredicto inicial sobre mi acomodo inicial aquí. 

En este sentido, en primer lugar, lo que más me ha llamado la atención ha sido la enorme predisposición y simpatía de los mejicanos y la gente aquí presente (no obstante de todo hay en la viña del señor), toda vez que, sin embargo, me resulta paradójico el clima de inseguridad y violencia que inunda ya incluso el aeropuerto antes de salir por primera vez de él. Advertencias como, tenga cuidado con los taxis a los que se sube o la recomendación (encarecida recomendación) de no viajar solo a ningún punto de la ciudad son solo algunos ejemplos de ello.

A tal llega esta situación que antes de mi entrada a la universidad (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey), cuando me disponía en atravesar las enormes rejas que cubren el recinto, me vi en la necesidad (obligación más bien) de que mi equipaje y todo, absolutamente todo mi cuerpo, fueran registrados palmo a palmo por seis agentes de seguridad privada correctamente educados.

No quiero que se me malinterprete pues las generalizaciones son odiosas y falaces. Tan solo cuento lo que yo he vivido, algo que, sin embargo, se convierte en la única sombra (que ni eso) en comparación con lo que las aventuras que todo esto me está deparando: viajes al desierto, ver atardecer en el Golfo de Méjico, turismo por pueblos fantasma (si, sin ningún alma) o la increíble experiencia de ver una ciudad de más de cinco millones de personas a 800 metros de altura, son experiencias, simplemente, indescriptibles.

Y todo esto no acaba más que empezar; me espera cruzar la frontera y viajar a San Antonio, comprobar el sistema educativo de los mejicanos o recorrer parte del Estado de Nuevo León junto con compañeros y futuras amistades que todavía me quedan por conocer.

No se de cuanto tiempo dispondré para retornar este blog y hacerlo con la frecuencia que quisiera pero prometo seguir informándoos cada poco tiempo acerca de mis peripecias, encaradas, también (para satisfacción del profesor Roberto :) ) hacia algunos aspectos que el capitalismo muestra a esta orilla del Atlántico (que no son pocos pero si muy diferentes).

En ese sentido todavía tengo mucho que decir, pero no ahora.

Méjico me espera y tengo toda una soleada tarde para hacerlo.

Cuidaos mucho.

Hasta pronto.

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