lunes, 21 de octubre de 2013

Prosperidad de las Naciones

La prosperidad de las Naciones


Últimamente los latigazos del azar ensanchan biliosos credos, que justifican la solidificación de diferencias entre seres humanos. Se extienden tesis, que ilustres adoptan por dogma, guiadas por el vehículo de la inopia  y que sin frenos  buscan atropellar el ejercicio de la razón.

La prueba no anda lejos de la academia, y es que en tiempos de carestía parecen revivir las tesis amarillistas que fijan el motor de prosperidad en determinadas áreas geográficas más propensas al desarrollo económico, o en culturas proclives al estancamiento, incluso en la ignorancia de los pueblos. Es cierto que existen patrones a lo largo y ancho del globo, así como, un sinfín de teorías escritas a lo largo de la historia, que más bien quisieran expresar el hallazgo de la piedra filosofal de la prosperidad y el desarrollo. Pero  la verdad es que aunque los modelos de prosperidad que vemos a nuestro alrededor puedan parecer firmes, estos modelos no son inamovibles.

Pero entonces, ¿Cómo explicar las recientes desigualdades entre norte y sur? Y ¿Las extrañas coincidencias entre culturas y religiones que dicen ser perniciosas para el desarrollo de una sociedad? No sé, Tal vez en Israel, Botsuana, Corea del Sur o Uruguay no manifiestan igual opinión.

Podemos fácilmente observar, que el denominador común en estas tesis se halla, en echar la vista atrás cuando se trata de focalizar en la creación más humana de la historia: Las instituciones gubernamentales. Si en algo coinciden Monstesquieu, Weber y numerosos teóricos comentaristas que aún perviven en este campo, gracias al beneficio que otorgan a intereses privados, es en aparcar la cuestión institucional como si esta perteneciese al intangible mundo de la excelsitud. 


Lo cierto es que en la mayoría de casos el poder político se ha concentrado alrededor de escasas manos, lo que ha fomentado que sociedades en su momento prosperas ahora representen el arcaicismo geopolítico por excelencia. De manera que no se puede hablar de sociedades holgazanas o ensimismadas por un primitivo credo, sino de instituciones extractivas que no fomentan el desarrollo social, y que consolidan lo que Weber denominó “el monopolio de la violencia legítima” en pro de una élite interesada en perpetuarse en su posición de poder.

Si algo ha demostrado la historia, es lo que el refranero popular dice: “no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”. Y la independencia económica se consigue sembrado la semilla del progreso social, que tiene su reflejo en la educación y la tecnología. Es por tanto que si hurgamos en las dinámicas históricas de diferentes modelos institucionales que creemos fracasados, como Zimbabue o Corea del Norte, la desigualdad y valores de pobreza que sufren actualmente con respecto a sus vecinos no sorprenderían a nadie. Ya que la capacidad de ambos países para ofrecer servicios públicos de calidad es de escasa o nula eficacia, tomando como variable más destacables el grado de inversión en educación del primero y calidad de la enseñanza en el segundo.

Del mismo modo, se puede esclarecer que la pobreza  presenta varias caras, siendo muy visible a través de la variable institucional el ulterior progreso de un país. Es decir, de la misma manera que podemos medir el desarrollo económico de ciertos  países rentistas del petróleo, como Venezuela o los ubicados en las costas del golfo pérsico, observando sus instituciones podemos fijar fecha de caducidad para su desarrollo si los precios del crudo descienden.

Por consiguiente debe dársele primacía a solucionar  no tanto la pobreza, que de la economía puede resultar, sino de la pobreza institucional que es la que genera la regresión nacional a largo plazo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario